Sonia Ruiz:
OTRAS YO TAMBIÉN DENTRO DE MÍ
28 FEB ↭ 20 ABR, 2024
OBRAS EXHIBIDAS
Texto de sala por Nicolás Cuello / PDF ↯
El rumor sordo de la culpa, la vergüenza o el remordimiento sobre lo que no debe saberse hecho o sobre aquello vivido que no puede ser revelado, no solo hace zumbar inquietamente al corazón cuando éste es escondido a la fuerza. A veces los cuadernos de tapa dura, las libretas con espirales oxidados, o los cúmulos de papeles sueltos en donde se ensaya la intuición autómata de una conciencia relajada de relato, reclaman de forma igualmente ensordecedora liberarse del encierro que nombra a ese cajón enclenque como un archivo abigarrado. Otras yo también dentro de mí, de Sonia Ruiz, puede ser pensada en esta línea, como una escenificación en la que irrumpe otra vez, la demanda delatora. Una revelación abrupta, en tanto traducción incómoda del secreto, que exhibe una intimidad ácida, un adentro viscoso, en el que se observa liberado el lenguaje deforme de un bestiario hasta ahora enjaulado en la privacidad de sus bocetos.
Un hacer continuo pero desconsiderado como potencia del nombre propio, en tanto efecto de la mala costumbre institucional que ha cultivado la condición disminuida, la percepción inmadura o incluso el diagnóstico prematuro del garabato como una protuberancia que no hace, no llega o no cumple con la condición de cuerpo, es decir, con la condición de obra. Arriesgada entonces a la aventura del desdecir, Sonia Ruiz comparte en esta excéntrica serie de pinturas, una secuencia azulada de autorretratos anímicos en los que exalta la promiscuidad como un principio de conexión figurativa, la impunidad del capricho como referencia ideológica y la máscara como estratégia, para hacer convivir con espeluznante ambivalencia, la monstruosidad formal y su armonía técnica.
Detrás del caos aparente, la elegancia con la que experimenta su relación con la línea vertebra el comportamiento histérico de estos personajes que hablan, se escupen, se muerden y se penetran los unos a los otros, en un concierto de gestos que convocan la peligrosa simultaneidad que implica la apertura sensible de su diferencia abyecta. Una diferencia que sintetiza la curiosidad silenciosa de la artista por la cultura oriental que logra hamacar anacrónicamente el gusto imperial por la porcelana estampada en gradientes de cobalto, la transformación actual de la mirada en el manga y el anime, la metafísica espacial de las pinturas del mundo flotante conocidas entre el siglo XVII y XX como Ukiyo-e, o Shunga cuando refieren a contenidos sexuales, tanto como las representaciones animadas de las fantasías vore, virus contemporáneo cultivado en el callejón de las culturas públicas sexuales on-line en donde la sabiduría alquímica del uróboro, animal mitológico que comiéndose a sí mismo figura la naturaleza cíclica entre destrucción-creación, ahora es convocado como una pulsión sexual que celebra comer y ser comido.
Soy rara, no traidora, pareciera susurrar la pintura desde el escalón que subyace a la domesticada expectativa. Si bien la reposición melancólica de lo íntimo, en tanto temperatura temporal perdida en el curso de lo vivido, había motorizado hasta ahora la pintura hiperrealista de Sonía Ruiz, creando un apego enfermo con la realidad hasta el punto de reproducirla de manera fotográfica, en esta nueva exploración de sí misma, el interior, esa moneda que se le exige todavía aparece. Pero lo hace en tanto lo de adentro emerge como una sensibilidad desafectada de la costumbre para, en su lugar, abrazar una antropología del éxtasis. Es decir, un tipo de representación que hurga la nariz de la máscara que hace al yo-social, desfigurando la conciencia de sí, afectando animaladamente la cumbre miserable del ser humano, para así poder alterar la condición normalizada del espacio y el tiempo, ese escenario de maderas desvencijadas en el que se contrata la sangre separada del nosotros. En ese sentido, Otras yo también dentro de mí, no solo se trata de una pintura testigo de la versatilidad inacabable de una artista perseguida por el brillo enceguecedor del talento técnico, sino de una voluntad de ruptura, un umbral vulnerable hacia el afuera del nombre, una práctica de escucha abierta al sonido del propio suelo, ese que reclama con paciencia violencia, la incorporación del excedente, de lo que se contradice, de lo que no se supone y toda esas otras formas de energía que nos rompen pero también nos hacen.
—Nicolás Cuello