Mónica Heller:
LAS BOTITAS QUE TODXS TEMEN TODXS QUIEREN
Curada por Alejo Ponce de León
10 AGO ↭ 18 OCT, 2024
OBRAS EXHIBIDAS
Texto de sala por Alejo Ponce de León / PDF↯
El aspecto ambiental cada vez más artificializado de nuestra civilización -que parece estar pegando el estirón horrible de su madurez tecnológica- nos atormenta con señales hiperbólicas que pueden variar sin fin ni término: desde el skincare a la sexualidad espuria y desmaterializada de las plataformas, pasando por el encantamiento de las anfetaminas y el odio racial. Contra la supernormalidad que el capital irradia no hay defensas instintivas porque ¿quién querría defenderse de lo que más se desea? De los ojos más grandes, de las botitas más bonitas, del esfínter más lunar y estupendamente ajustado del universo, de la obra de arte más pacífica, bondadosa y con la más sonada capacidad de intervenir en la realidad que jamás se haya visto, ¿quién querría defenderse?
El crítico, ya en 1982, sabía que “la parte del mundo que habitan los argentinos -la mayoría de ellos- ha comenzado a decrecer (…) y el mundo decreciente requiere gente detenida”.
La satirista hiperreal escenifica estos lazos hostiles con un mundo decreciente y un país en la lona, con su aspecto ambiental arruinado sin retorno. El “malentendido literario” la satirista lo tiene con la sociedad, con la sociedad como forma detenida y cúmulo de errores de conducta.
Si la Argentina es un país de movimiento decreciente, y su gente está siendo detenida, el escritor (ya no el crítico) dirá que “el delirio exagera, magnifica o achica, reduce o hace a las cosas enormes”; puesto de otro modo, el delirio hace que las cosas se muevan y nos auxilia contra la detención. El delirio es la plataforma técnica -la interfaz- para poner en movimiento el ambiente, un ambiente estático que tiene los atributos de la imagen y contra el que no podemos ni queremos defendernos.
La observación de la satirista hiperreal va, sin embargo, más allá de lo coyuntural y hace foco en la matriz misma del deseo y el terror, con su gracia espantosa de siempre: no es la sátira del Estado la que despliega en su trabajo, sino la sátira del universo en sí. Magnificada o reducida, pero en movimiento siempre, es la sátira de una encía, la sátira del colágeno como proteína estructural, la sátira de la sinapsis y la sátira de nuestra existencia como seres incapaces de graduar la información redundante, que también resulta satirizada.
Pero la sátira infinitesimal encuentra su límite en el arte, quizás la única cosa por la que la satirista hiperreal -Mónica Heller- siente algo así como fe. En esta exhibición, la acción específica de cada medio en particular también se funde en una nebulosa de desconocimiento interior, y entonces los cuadros brillan como pantallas y las pantallas se retuercen en el trance de su canonización como productos decimonónicos. Todas las cosas hechas por la satirista hiperreal emiten, diría otro escritor sobre alguna otra cosa, una “luz líquida que se introduce bajo la superficie de la tierra y lleva un mensaje a las ratas y cucarachas”: un mensaje delirante, de auxilio y de fe, para las ratas y las cucarachas.
—Alejo Ponce de León