Carla Grunauer:
LA ORILLA SENTIMENTAL
30 JUL ↭ 10 OCT, 2025
OBRAS EXHIBIDAS
Texto de sala por Juan Laxagueborde / PDF↯
En esta exhibición que vieron o van a ver, Carla Grunauer vuelve a las líneas curvas y a los motivos abiertos para reconocer las dificultades de la expresión sin la necesidad de ejercer el expresionismo. Expresión es una palabra tremenda, variable y habitual. Es como el lenguaje verbal, hablamos sin saber del todo. Hablamos o hacemos para saber. Todo es expresión, es inevitable. Se me hace que lo que hay acá no son retratos ni personajes ni superhéroes. Son como objetos, figuras, fintas o caras para encontrar almas, si es que esta palabra puede decirse así nomás. No se trata de cyborgs sino de pinturas humanistas con lo poco que queda, como nos enseñaron Felipe de la Fuente o Knaum Knop. Todo en el marco de una sala que tiene algo de fiesta de quince austera o living parejo. Puede que en la juntura (en la orilla) de ese marrón con ese celeste al lado, haya otro marrón y otro celeste; esto significa que la escena es de sospecha, de cambio, de intuición tranquila para cubrir y descubrir lo que no sabemos. En las esculturas le dice pop a lo tridimensional, porque el pop sería la mezcla de lo popular con lo raro. Están los acostados, que son como pacientes de diván de los que podemos chusmear las anotaciones del psicoanalista pero no se entiende la letra, no sabemos si están descansando, deprimidos, a punto de levantarse o concentrados para irse. La utilidad es la inutilidad aprovechada y otra manera de decirlo es que las figuras que pinta Carla están incorporadas a la abstracción y viceversa.
El pintor y mucho más Francis Picabia solía decirle a quien lo quisiera escuchar que la cabeza es redonda para que el pensamiento cambie de dirección. A Carla esa frase le resulta bastante favorita. Una vez escribió un texto sobre sus quehaceres que directamente empieza invocando la frase y se titula “Desopilante en su estructura”.
(No quisiera hablar de referencias, sino más bien de recuerdos. Es que casi todo es un recuerdo, porque incluso la razón es sentimiento).
Las estructuras son lo que necesariamente queda, como el terreno baldío de un pueblo cuando se va el circo. Sirven para encontrar el guante de las ocurrencias y las ganas de. No importa de qué, ese es otro problema. Como todo texto de sala, este intenta conversar con las personas que pasen por la muestra. Las pinturas, las esculturas y el texto tienden a seguir su camino separados, por lo tanto el problema es circular, en el sentido de repetición pero también de movimiento, de ir de un punto al otro con una orientación determinada o de movernos porque no sabemos a donde ir y estamos contentos, normales, tristes, insistentes, pálidos, con las ganas al tun tun, ociosos, incluso porque no tenemos a dónde ir… Las posibilidades se combinan en un entuerto infinito. El circuito del sentimiento es impredecible, nadie sabe qué va a ser de nosotros. Ese fondo de incertidumbre imbatible, cotidiano y especial solo se puede aguantar porque lo compartimos con todas las personas que pasaron por este lugar. No me refiero a la galería Piedras ni a San Telmo ni a Buenos Aires, sino al planeta desde que existe el tiempo.
Límite, estructura y orilla forman parte de una misma serie, solo que la orilla tiene una connotación más difusa, un aire provisorio de separación, como un alambrado que puede trasladarse unos metros para adelante o para atrás por la gracia de la luna incorporada al metal en una alianza del cielo y el suelo que se hacen amigos, cómplices y militantes del latifundio, conspirando para que directamente un día nos despertemos y los límites, lo propio de cada uno, se reconozca como un producto de los demás, entendiendo por producto un resultado, a veces una fatalidad, un efecto, una colaboración y por qué no una obra de arte, ya que de solo pensarlo pierde nitidez el sentido, la instrumentalidad, el por qué. Sería la vida como obra de arte, solo que faltaría la redistribución más justa de los panes, los peces, las viviendas, el salario y las obras de arte en sí mismas, que seguirán existiendo para hacernos bien, para sacarnos el miedo o ayudarnos a reconocer el desprecio de algunos por la existencia. El alambrado es un invento del siglo XIX y antes del siglo XIX había injusticias; después las hubo también, pero había unas cuantas ideas de futuro que movilizaban el entusiasmo al punto de que el término vanguardia pasó de la guerra al combate por la sensibilidad. Pero que no decaiga, nos queda el pasado para interrogarlo con preguntas inventadas que no son fáciles de hacer, nos quedan las afueras del sueño y nos quedan artistas como Carla.
Me parece que Carla vuelve siempre a los puntos límites de las imágenes: busca en el fondo de la historia de los territorios, en las runas que conocemos aunque no hayamos visto ni una foto porque se fueron trasladando al diseño, a la palabra y a las costumbres sociales. Pero también en el sentido de investigar sectores precisos de una imagen y buscar ahí otra imagen, otra referencia, otro estímulo que sea el eco de la anterior, un recuerdo lejísimo o vecinal. Una imagen más que incluya a la que vio antes y deje ver el futuro de las imágenes como un futuro de sucesiones, equivalencias, traducciones y herencias que justifican, sin pompas y con paciencia, el arte.


























